Bases neurológicas del estrés
El estrés es un fenómeno común con el que todos lidiamos. Nuestro cerebro actúa como un complejo panel de control. Ante una amenaza o desafío, se encienden señales de alerta. Si estas señales persisten, el cuerpo empieza a manifestar los efectos del estrés.
Desde un punto de vista neurológico y biológico, la amígdala es la primera en reaccionar al estrés, actuando como un sistema de alarma que envía señales al hipotálamo. Este proceso desencadena la liberación de cortisol y adrenalina por parte de las glándulas suprarrenales. El cortisol eleva los niveles de azúcar en la sangre y optimiza el uso de glucosa por el cerebro, mientras suprime funciones no esenciales como la digestión. La adrenalina, por su parte, aumenta el ritmo cardíaco y la presión arterial, proporcionando un incremento de energía.
A corto plazo, esta reacción es beneficiosa, pero si se mantiene, puede provocar serios problemas de salud como ansiedad y trastornos cardíacos. El cortisol, en niveles elevados de manera constante, actúa como un recordatorio persistente de que algo anda mal, y si no desactivamos esta alarma, el cuerpo sufre las consecuencias.
El estrés crónico afecta diversos sistemas del cuerpo. El sistema cardiovascular está en mayor riesgo de hipertensión, enfermedades del corazón y derrames cerebrales. El sistema inmunológico se debilita, haciéndonos más propensos a infecciones. También puede causar problemas digestivos como el síndrome del intestino irritable. Además, impacta la salud mental, incrementando la ansiedad y la depresión, y provoca dificultades para dormir, aumento de peso y problemas de memoria y concentración.
¿Por qué el estrés afecta a unas personas más que a otras?
La percepción del estrés varía entre individuos. Algunas personas tienen una amígdala particularmente sensible debido a factores neurológicos, experiencias traumáticas previas o hábitos adquiridos. Esta sensibilidad puede hacer que reaccionen con mayor intensidad a situaciones que otros podrían considerar triviales.
El cerebro cuenta con un mecanismo de equilibrio: la corteza prefrontal, que ayuda a evaluar la gravedad de las amenazas. Si este mecanismo no funciona adecuadamente, el estrés puede dominar. La eficacia de la corteza prefrontal varía entre individuos, influenciada por factores innatos y por el entrenamiento y la experiencia. La corteza parietal también desempeña un papel crucial al contextualizar la información. La percepción del peligro depende del contexto y nuestras creencias, que median nuestra percepción del mundo.
Modificar nuestras creencias es esencial para gestionar el estrés. La vida moderna con sus constantes demandas personales y laborales contribuye al estrés. La forma en que percibimos el mundo y nuestras creencias sobre la vida influyen significativamente en cómo manejamos el estrés. Cambiar estas creencias no es sencillo y puede requerir la ayuda de un profesional, pero es un esfuerzo que vale la pena. Entender las raíces neurológicas y ambientales del estrés y modificar nuestra perspectiva puede ayudarnos a encontrar un equilibrio y vivir una vida más tranquila y feliz.