martes, 26 de noviembre de 2024

Entender la neurología del estrés

Bases neurológicas del estrés

El estrés es un fenómeno común con el que todos lidiamos. Nuestro cerebro actúa como un complejo panel de control. Ante una amenaza o desafío, se encienden señales de alerta. Si estas señales persisten, el cuerpo empieza a manifestar los efectos del estrés.


Desde un punto de vista neurológico y biológico, la amígdala es la primera en reaccionar al estrés, actuando como un sistema de alarma que envía señales al hipotálamo. Este proceso desencadena la liberación de cortisol y adrenalina por parte de las glándulas suprarrenales. El cortisol eleva los niveles de azúcar en la sangre y optimiza el uso de glucosa por el cerebro, mientras suprime funciones no esenciales como la digestión. La adrenalina, por su parte, aumenta el ritmo cardíaco y la presión arterial, proporcionando un incremento de energía.

A corto plazo, esta reacción es beneficiosa, pero si se mantiene, puede provocar serios problemas de salud como ansiedad y trastornos cardíacos. El cortisol, en niveles elevados de manera constante, actúa como un recordatorio persistente de que algo anda mal, y si no desactivamos esta alarma, el cuerpo sufre las consecuencias.

El estrés crónico afecta diversos sistemas del cuerpo. El sistema cardiovascular está en mayor riesgo de hipertensión, enfermedades del corazón y derrames cerebrales. El sistema inmunológico se debilita, haciéndonos más propensos a infecciones. También puede causar problemas digestivos como el síndrome del intestino irritable. Además, impacta la salud mental, incrementando la ansiedad y la depresión, y provoca dificultades para dormir, aumento de peso y problemas de memoria y concentración.


¿Por qué el estrés afecta a unas personas más que a otras?

La percepción del estrés varía entre individuos. Algunas personas tienen una amígdala particularmente sensible debido a factores neurológicos, experiencias traumáticas previas o hábitos adquiridos. Esta sensibilidad puede hacer que reaccionen con mayor intensidad a situaciones que otros podrían considerar triviales.

El cerebro cuenta con un mecanismo de equilibrio: la corteza prefrontal, que ayuda a evaluar la gravedad de las amenazas. Si este mecanismo no funciona adecuadamente, el estrés puede dominar. La eficacia de la corteza prefrontal varía entre individuos, influenciada por factores innatos y por el entrenamiento y la experiencia. La corteza parietal también desempeña un papel crucial al contextualizar la información. La percepción del peligro depende del contexto y nuestras creencias, que median nuestra percepción del mundo.

Modificar nuestras creencias es esencial para gestionar el estrés. La vida moderna con sus constantes demandas personales y laborales contribuye al estrés. La forma en que percibimos el mundo y nuestras creencias sobre la vida influyen significativamente en cómo manejamos el estrés. Cambiar estas creencias no es sencillo y puede requerir la ayuda de un profesional, pero es un esfuerzo que vale la pena. Entender las raíces neurológicas y ambientales del estrés y modificar nuestra perspectiva puede ayudarnos a encontrar un equilibrio y vivir una vida más tranquila y feliz.




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