miércoles, 25 de septiembre de 2019

La dependencia afectiva

Dándose para sentirse querido

La mayoría de las personas que acuden a mi consulta tienen un problema de dependencia afectiva (a veces junto con otros problemas, pero no es raro que la dependencia afectiva sea el principal).
Frente a lo que pudiera pensarse desde el estereotipado sesgo cultural, que dibuja a los hombres indolentes y a las mujeres sensibles, es un trastorno que afecta a ambos sexos, yo diría que por igual.
Todos necesitamos sentirnos queridos y la mayoría hacemos cosas que no debemos para conseguirlo (aclaro: que no debemos hacer porque van contra nuestra salud emocional y nuestra autoestima).

He tratado en el párrafo anterior la dependencia afectiva como un trastorno, aunque ningún manual diagnóstico la recoge como tal -que yo sepa-, quizás porque se trata de una etiqueta demasiado amplia y caracterizada por muchas conductas posibles. Es decir, que cada uno a nuestra manera hemos encontrado una fórmula propia de hacernos imprescindibles a los demás y así obtener su cariño.

Una puntualización más antes de entrar en el meollo de este artículo: la dependencia afectiva no se refiere solo a la pareja, aunque en muchos casos es nuestra dependencia más evidente, sino a cualquier persona de nuestro entorno -familia, amigos, compañeros- y hasta a desconocidos -necesitamos que piensen bien de nosotros incluso personas que se cruzan en nuestra vida por un instante para desaparecer por siempre jamás-.


¿Qué caracteriza a las personas con dependencia afectiva? Antes he dicho que hay muchas conductas que se engloban bajo esta etiqueta, veamos una lista de las más frecuentes:
  • Dificultad para poner límites: consiste en permitir que los demás nos traten o hablen sin respetar nuestras zonas de seguridad íntima, personal, social y pública. Sentimos que los demás abusan de nosotros en alguno de esos ámbitos y no nos vemos capaces de impedirlo.
  • Dificultad para ser uno mismo: nos preocupa tanto como nos ven los demás que nos olvidamos de ser nosotros mismos.
  • Dificultad para poner fin a una relación: no solo de pareja, sino también a relaciones familiares tóxicas o amistades que no nos aportan nada positivo.
  • Practicar juegos psicológicos: nos hacemos la víctima para que nos compadezcan, castigamos a los otros o nos hacemos los salvadores para que se sientan obligados a recompensarnos.
  • Dar o darse para obtener algo a cambio: nos subyugamos a los demás, tanto en lo material como en lo emocional, para obtener su reconocimiento o su cariño.
  • Necesitar a los demás para sentirse completo: miedo a la soledad, que no implica tener que estar siempre con gente, sino saber que están "ahí" para cuando los necesitemos.
  • Buscar la valoración de los demás: nos juzgamos siempre desde los ojos de los demás y no desde los propios. Queremos gustar y ser valorados por los otros y cuando no lo conseguimos o no obtenemos el reconocimiento que esperábamos nos sentimos no válidos.

Aunque parezca algo fuera de lugar en un artículo "serio" quería mencionar un término popular que ejemplariza la dependencia afectiva, se trata del "pagafantas".
Coloquialmente es un término que se refiere a un hombre que hacen favores a una mujer para conseguir su afecto, cuando normalmente dicha mujer o trata a ese hombre como un simple amigo o recibe sus favores sin dar nada a cambio. Sin embargo, aunque se atribuye culturalmente a los hombres, seguramente todos conocemos a alguna mujer a la que en algún momento hemos podido calificar de "pagafantas". Incluso, si pensamos un poco, podemos fácilmente extrapolar esa conducta no solo a un intento de "ligue" sino a cualquier comportamiento de una persona que hace favores de una forma demasiado gratuita a los demás.


Como he dicho en la introducción, la dependencia afectiva se da hacia cualquiera, pero es más evidente cuando hablamos de relaciones de pareja. Las principales características de una persona que padece dependencia afectiva con su pareja son:

  • Excusa o justifica el poco amor recibido: a pesar de que su pareja lo trata mal o lo ignora expone argumentos a los demás y a sí mismo para explicar dicho comportamiento.
  • Recibe poco del otro y a pesar de ello siente que le está haciendo un favor: la visión de la relación está tan distorsionada que no se ve lo asimétrica que es realmente.
  • Minimiza los defectos de una relación y amplifica sus virtudes: se amplifica lo poco bueno y se minimiza lo que no funciona, que suele ser lo que realmente impera en la relación.
  • No se resigna a la pérdida: cuando la relación termina se niega a aceptarlo, siendo típicos las siguientes reacciones: pensar que hay amor donde ya no lo hay, persistir tozudamente en recuperar una relación perdida y alejarse, pero no del todo.

Aunque habría mucho que hablar de la dependencia afectiva, espero haber realizado en este breve artículo una semblanza adecuada que permita a cada cuál examinarse y descubrir su propia tendencia a este tipo de conductas.

Faltaría hablar de cual es el proceso por el que podemos dejar de ser dependientes de los afectos de los demás, lo que se denomina autonomía afectiva, pero eso será objeto de otro artículo.









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